El feminicidio es el último acto simbólico en el que un agresor logra lo que, de otra forma, nadie puede: quitarle su cuerpo a una mujer.
Las otras formas en que la cultura abusa, lesiona, invade, coopta, vende y maltrata nuestro cuerpo aún no son suficientes para quitarnos lo único que, sin duda, a pesar de los embates, nos pertenece: nuestro cuerpo.
El cuerpo de la mujer tiene una dolorosa historia. Antigua y actual. Cuando empezó a evolucionar la especie denominada ‘homo’, éramos presas más fácilmente de los depredadores de otras especies y la nuestra.
Cuando las sociedades humanas se volvieron sedentarias; nos vimos atrapadas –además del parto y la crianza- en otras tareas más allá de la recolección de frutos, relacionadas con la agricultura, la elaboración de los alimentos y las labores del hogar y de cuidados que, durante siglos, se nos endilgaron casi en su totalidad.
El ser humano encontró el fuego y la “tekné”, con la cual logró crear armas cortopunzantes, primero para la caza, y luego para la guerra, a las que se sumaron las armas de fuego.
Si los hombres, antes de la “tekné”, se relacionaban con las mujeres en los términos de la reproducción humana y la sobrevivencia frente al entorno, cuando se crearon las armas y surgieron las luchas por el poder político, el cuerpo de las mujeres ya no solo estuvo invadido por las relaciones sexuales de carácter biológico y las labores sedentarias, sino que se convirtió en un botín de guerra. Se naturalizaron e instituyeron la violación, la tortura sexual y el asesinato de mujeres.
Durante la industrialización, al trabajo de las mujeres; además del parto, la crianza, los cuidados, las labores del hogar, la recolección y la agricultura; se sumó el de obreras con menor salario que los hombres.
Y, en el siglo XX y XXI, a nuestro cuerpo se le agregó el trabajo de ciencias, oficios, profesiones, artes y deportes, en constante desventaja de ingresos frente a los hombres.
En el capitalismo y el capitalismo postindustrial; se nos hipersexualiza para vender productos de consumo, desde detergentes hasta neumáticos.
En los medios de comunicación, la mayoría de mujeres son edecanes o conductoras, no productoras de contenidos. En el cine, hay más mujeres fatales que protagonistas complejas.
En las universidades, todavía hay más mujeres en los trabajos de limpieza que en las cátedras.
Sin embargo, a lo largo de la historia no solo ha habido sumisión por parte de nuestro género sino “agencia”. No solo se nos ofreció a los dioses prehispánicos como sacrificios humanos, sino que Enjeduana, la primera poeta de la historia, prostituta sagrada acadia, eligió dedicar su vida a la diosa Inana y escribir en tablaturas cuneiformes sus textos.
Sor Juana Inés de la Cruz escogió estudiar, mucho, hablar latín y escribir.
Mis estudiantes eligen usar pequeñas prendas para cubrir su cuerpo; a pesar del acoso callejero y vivir en uno de los estados (Guerrero) con más feminicidios en México. Una de ellas confesó que no usa sostén y utiliza prendas pequeñas, aunque se le vean los rollitos. Porque quiere, porque siente que es su derecho.
Ellas aseguran que hay mujeres que creen que no son dueñas de su cuerpo porque sufren abuso a diario, pero, a su juicio, sí siguen siendo dueñas de sí y deberían autovalidarse y amarse por enteras.
Actualmente, muchas mujeres todavía sufren la ablación, una de cada tres mujeres sufrió abuso físico o sexual por parte de un compañero, sostiene la ONU, y en las regiones rurales de Guerrero, México, si eres menor de edad, tus padres pueden intercambiarte por animales o tierras.
En la India, hay un pueblo de niñas viudas condenadas al hambre y la pobreza.
Algunos hombres o gobernantes, pueden tildar a las feministas de histéricas y exageradas, sobre todo, creo, porque su género se ha mantenido en el poder económico, político, cultural y social durante siglos.
Pero al preguntarles a mis alumnas si el cuerpo de las mujeres ha sido completamente colonizado e invadido; me responden que no, que nuestro cuerpo aún nos pertenece, a pesar de haber sido vejado, humillado y comercializado a través de la historia. Y yo les creo.
Es ahí, en la autonomía del cuerpo y la mente de las mujeres, donde nuestra verdadera libertad existe y nadie nos la puede arrebatar.
Referencias bibliográficas
GIDDENS, A., (1984). La constitución de la sociedad: bases para la teoría de la estructuración, Buenos Aires, Argentina: Amorrortu editores.
HEIDEGGER, M., (1990). Langue de tradition et langue technique, París, Francia: Ed.Lebeer Hossman.
SHONG MEADOR, B., y WALD, S., (2009) Tres grandes poemas de Enjeduana dedicados a Inanna, Ciudad de México, México: UACM.